El Dorado, un mítico lugar supuestamente rebosante de oro, fue un objeto de deseo para los ávidos exploradores españoles e ingleses. Atraídos por la idea de calles pavimentadas con oro y una abundancia de metales preciosos, muchos arriesgaron y perdieron sus vidas en busca de esta ciudad dorada.
Se creía que El Dorado estaba escondido en alguna parte de la selva amazónica, quizás en Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela, Guyana, Bolivia o Brasil. El mito de El Dorado nació en 1530 en los Andes lo que hoy se conoce como Colombia. El conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada se encontró con los Muiscas, los habitantes originales del Altiplano Cundiboyacense.
Fue la historia de los rituales muiscas la que ayudó a alimentar la leyenda de El Dorado. Los conquistadores españoles, atraídos por la promesa de riquezas incalculables, se dieron cuenta de que, si bien los muiscas tenían grandes cantidades de oro, no había ciudades doradas o minas ricas. Sin embargo, las historias de El Dorado persistieron, alimentadas por relatos de rituales que se llevaban a cabo en la laguna de Guatavita.
La laguna de Guatavita, supuestamente contenía tesoros dorados en su profundidad, llevándose a cabo intentos de drenar la laguna en 1580 y a la fecha evidencias aún son visibles.
El mito de El Dorado provocó una serie de expediciones, la más famosa fue la del conquistador Francisco de Orellana en 1541. Las expediciones fueron emprendidas por exploradores de todas partes de España y Alemania, pero ninguno fue capaz de encontrar la ciudad dorada.
FE transcurrió el tiempo y la búsqueda de El Dorado continuó sin éxito, la supuesta ciudad dorada se convirtió en una leyenda, y la obsesión con encontrarla se calmó. Sin embargo, la historia de El Dorado sigue siendo un recordatorio del peligro de la codicia y la fascinación humana por la riqueza y la riqueza.
La historia de El Dorado resalta la pregunta, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar el ser humano en su búsqueda de riqueza y poder? Y, lo que es más importante, ¿vale la pena el costo?
